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08 octubre 2019

“Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”

por David C.

Buenas noches, Jesús. Hoy me invitas a fijarme en María y Marta. Yo, Señor, ¿a cual me asemejo?
Puedo ser Marta y estar todo el día preocupado por cosas: clases, familia, amigos, el coche, los estudios, la oración, el problema con un compañero que me hace estar mal, el que se cruzó esta mañana y no me saludó, el profesor de filosofía que no me comprende, mi madre que quiere saber dónde estoy, el amigo que está todo el día encima…

Puedo ser María, todo el día a tus pies, aprendiendo de tu lenguaje que es el amor, pero no soy capaz de verte en la persona que tengo a mi derecha y que necesita hablar, la Misa la vivo con gran ilusión pero no reconozco lo que me dices en mi día a día, te doy las gracias todas las mañanas por tanto que me das, pero no soy capaz de saludar al pobre que esta siempre en la puerta…

Señor hazme un poco de Marta y un poco de María, que sepa estar a tus pies, pues es el mejor lugar para estar aprendiendo y escuchando el latido de tu corazón que me dice “te amo”. Pero también que me sienta enviado a estar con las personas a las que quiero, con aquellas que pones en mi camino, que sepa enseñarles la alegría de estar contigo.
Para terminar Jesús, tengo que saber hacia que lado se dirige mi corazón: ¿Marta y el activismo o María y estar más desentendido de los que me rodean?

Las dos, Señor, las dos para estar Contigo y con los demás…

De la narración de la Vida de Santa Teresa del Niño Jesús, escrita por ella misma

por Alvaro P.

Al contemplar el Cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor.
Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno.
Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado»

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