“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”
Por Javier L.
Buenas noches Señor, creo en Ti y confío en Ti pero tengo que reconocerte algo hoy:
A veces siento que mi lámpara se apaga, que te busco en la noche de mi soledad interior y no te encuentro ahí. Busco tener el control de las cosas y me enfrío, porque solo me busco a mí, me vuelvo calculador y mido cada esfuerzo; sin Ti mi lámpara se apaga.
Envíame una luz en la oscuridad Señor, envía a tu Espíritu sobre mí y que inflame la lámpara de mi corazón, que me devuelva esa alegría inocente que tenía, esa ilusión del primer amor. Te pido, Padre, en esta noche no salir indiferente de esta adoración, ayúdame a reconocer esa luz de Tu rostro en cada uno de mis hermanos, especialmente de mis hermanos más pequeños, pienso en los pobres que pasan frio y que van a tener que soportar un duro invierno en la calle, pienso también en personas cercanas que lo están pasando mal, que se sienten solas, que han perdido a un ser querido o que se ven inmersas en una enfermedad que no esperaban, gente en la oficina, en la universidad o en casa.
Padre quiero ser tu servidor, quiero ser ese criado fiel que está esperando con la cintura ceñida y la lámpara encendida. Porque van pasando las semanas, los meses y los años y se que un día llamarás a mi puerta, entrarás para llevarme de este mundo al Padre, y ese día quiero estar preparado, quiero poder decir, Señor aquí estoy, te he estado esperando todo este tiempo, te he estado buscando cada día, te he buscado en el pan de la Eucaristía, te he buscado donde dos o tres se reúnen en tu nombre, te he buscado en uno de estos tus hermanos más pequeños y por fin Jesús ha llegado el día en que nos encontramos cara a cara.
Que nunca me canse de buscar tu rostro y de dar mi vida por Ti Señor. Como nos decía San Juan Pablo II a quien hoy celebramos: “No tengáis miedo de mirarle a Él, abrid las puertas a Cristo”.
“Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela”
Por Héctor G.
Bienaventurados, felices, dichosos a quienes el Señor encuentre en vela.
Y qué fácil es estar en vela, Señor, en vela hasta el amanecer disfrutando de una buena fiesta, con música que no me deja escucharte. O estar en vela, desvelado porque mis problemas me sobrepasan y no me dejan dormir, porque son mis problemas, y ni siquiera a Ti Te pido ayuda para llevarlos.
¿Es eso estar en vela? Sin duda que no.
Tú nos enseñas otro modo de velar, esperando lo realmente importante.
Como San Juan Pablo II, en vela por Tu Iglesia, por Tus pobres ovejas; un Papa en vela para cumplir Tu voluntad y guiar al pueblo, y con él a tantos jóvenes, recordándonos “¡No tengáis miedo!” (Mt 10,26), algo que hizo hasta aquella noche del dos de abril del 2005.
O en vela como sor Rocío, la mayor parte de su vida en Madagascar, sólo por anunciar tu mensaje con amor y entregando su vida a los olvidados del mundo.
O en vela como Serafín y Cristina, que están ahora mismo acompañando a su hijo Javi, de apenas once años, en la dura prueba de la leucemia.
O en vela como nosotros esta noche, Señor, ante Ti, como siervos que te aguardan.
Si esto es estar en vela, Señor, en la Iglesia, en la misión, en la necesidad, en la prueba, en el descanso… has cumplido Tu Palabra con creces. Has hecho a estos siervos bienaventurados, felices, dichosos.