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Oración 08 mayo 2018

EVANGELIO

Del evangelio según san Juan (16,5-11):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré.
Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado».

CANCIONES

 

MEDITACIONES

“El príncipe de este mundo está condenado”

Buenas noches Jesús, mi Amigo, mi Luz, mi Vida, mi Todo:

Con el Evangelio que nos has regalado, no puedo más que decir ¡Gracias!

¡El príncipe de este mundo está condenado! Cuanta paz me produce introducirme en esta afirmación, en este misterio. Es cierto que en el mundo veo odio, rencor, rechazo, violencia, injusticia y una cantidad innumerable de hechos concretos que podrían hacer que dudara sobre este Evangelio; sin ir más lejos, hoy está en medio de nosotros esta cruz de Lampedusa, reflejo de la indiferencia que existe en este mundo. Pero en mi corazón resuena con más fuerza: ¡El príncipe de este mundo está condenado!

No Jesús, no puedo cerrar los ojos y dejar de ver todo lo mencionado, pero también es cierto que no solo veo eso, sino que también a ti te veo. Te veo en el amor de mis padres, de mis familiares y amigos. Te veo en la sonrisa que me dirige aquel desconocido que me cruzo por la calle, te veo en los pobres y también en los niños. Hay veces que también me das la gracia de verte en aquellos que a ojos de este mundo pudieran estar más alejados de ti. También te muestras detrás de todo lo creado: detrás de cada amanecer, cada luna llena, de cada animal del mar y también del cielo. Detrás de todo esto te veo.

Y ahora, es ahí enfrente, en la custodia donde te veo. Por supuesto que es un trozo de Pan lo que se me aparece, pero eso es lo que veo con los ojos de este mundo. Con los ojos del alma, iluminada por la fe, por tu Espíritu, veo al verdadero Dios bajado del cielo, que ha querido quedarse entre nosotros para que creamos estas palabras ¡El príncipe de este mundo está condenado!

También te reconozco dentro de mi ¿Quién sino da luz a esta pobre alma si no es el fuego de tu Espíritu? Me has dejado sentir tu presencia en lo profundo de mi ser y ahora no puedo dejar de buscarte. Sé que estás, aunque no te vea.

Muchas veces he tenido miedo de indagar en las profundidades de mi corazón. Tú lo conoces mejor que yo, sabes cuanta miseria hay en él; me atrevería a decir que el mundo es reflejo del corazón del hombre. Y ha sido buscándote, con la ayuda de tu gracia que me ha dado fuerzas para seguir adelante pese a mis miedos, que me has llevado a lo más profundo de mi ser; y ahí me has mostrado las huellas del príncipe de este mundo, la herida que es causa de que tantas veces tropiece. Sí Señor, no me gusta reconocerlo pero ahí está. Te buscaba y tenía miedo porque no quería encontrarme con esto. Y ahora que me lo muestras, no tengo miedo. No tengo miedo, sino que tengo la esperanza de que estando contigo no me dejaras caminar por los derroteros por los que me llevan dichas huellas; una esperanza fortalecida por las experiencias de

cuando he puesto mi vida en tus manos. Esperanza puesta siempre en Ti, de saber que aunque camine por cañadas oscuras, nada va a pasar si te sigo buscando ¡Por qué el príncipe de este mundo ya está condenado!

Ahora no tengo miedo porque aunque he visto, y veo lo que puede hacer el príncipe de las tinieblas, en mí y en el mundo, también veo con ojos de fe tu infinita misericordia, capaz de transformar el acto más atroz, en el acto de mayor expresión de amor jamás visto.

Te pido Señor, que transformes la miseria de este pobre corazón, que la transformes con tu amor y le des forma de cruz, una cruz de la que solo emane tu amor.

María, Madre amorosa, sostenme con tu mirada, como sostuviste a tu Hijo durante la Pasión, pues yo nada puedo. No, ya no tengo miedo porque en ti también veo que el príncipe de este mundo está condenado.

Ahora no puedo más que decir ¡Gracias! Gracias por poner en mí el deseo de querer negarme a mí mismo, coger mi cruz y seguirte, pues aunque no te veo, en todos lados te veo.

 


“Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas?” 

por David C.

Señor, esta tarde me dices, en la intimidad que nos unes, que te vas al que te envió, al Padre. Mi corazón, como el de los apóstoles, siente miedo y tristeza. ¿Qué haré yo solo? ¿Cómo estar sin Ti? Cuántas veces soy yo el que te abandona y te deja solo porque tengo otras cosas que hacer, un cumpleaños, un partido de futbol, estudiar para el examen de mañana… y sin embargo Tú no me dejas solo, estás conmigo, quieres acompañarme, aguantarme esos días que vengo cansado y sin fuerzas. Los días que estoy insoportable quieres estar a mi lado, junto a mí. ¿Adónde vas?, no se me ocurre preguntártelo, me da miedo preguntártelo. También yo, hoy, quiero preguntarme ¿adónde voy, que relación quiero tener contigo? Señor enséñame a tener mis ojos puestos en Ti y que no me olvide que Tú, mi rey, quisiste morir en una cruz por mí. ¿Adónde vas?, te vas al Padre para interceder por mí. Hago mías las palabras de Lope de Vega a la Cruz:

¿Quién es aquel Caballero herido por tantas partes, que está de expirar tan cerca, y no le socorre nadie? «Jesús Nazareno» dice aquel rétulo notable. ¡Ay Dios, que tan dulce nombre no promete muerte infame! Después del nombre y la patria, Rey dice más adelante, pues si es rey, ¿cuándo de espinas han usado coronarse? Dos cetros tiene en las manos, mas nunca he visto que claven a los reyes en los cetros los vasallos desleales. Unos dicen que si es Rey, de la cruz descienda y baje; y otros, que salvando a muchos, a sí no puede salvarse. De luto se cubre el cielo, y el sol de sangriento esmalte, o padece Dios, o el mundo se disuelve y se deshace.

¿Adónde vas, Señor? Te quiero acompañar esta tarde.

 

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