EVANGELIO
Del evangelio según san Lucas (17,7-10):
En aquel tiempo, dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú” ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”»
CANCIONES
MEDITACIONES
“Somos unos pobres siervos”
por Arsenio F-M.
POBRE SIERVO. Señor, qué palabras tan difíciles de asumir para mí, que tantas veces quiero mostrare que soy rico, que no te necesito, que me basto a mí mismo. Rico en mis obras, rico en mis méritos, rico en mis virtudes, como si tu amor se pudiera comprar, como si la vida eterna se pudiera conquistar por las propias fuerzas.
Vivimos en la sociedad del tanto vales cuanto haces, cuanto produces, cuanto rindes. Y aquellos que no pueden hacer, o producir, o rendir son apartados, excluidos, marginados. El mundo nos dice: serás feliz si ganas dinero, si consigues un buen trabajo, si tienes salud, si no te vienen problemas… Y cuántas veces meto ese criterio mundano en mi vida de seminarista y busco dar la talla a todas horas: el más estudioso, el que mejor reza, el que más trabaja en la parroquia, el que mejor se lleva con el formador, aquel en quien más confía la gente…
POBRE SIERVO. Es aquí, delante de Ti, donde descubro que lo que me define no es lo que tengo, lo que doy o lo que soy capaz de hacer. No me define ni siquiera lo que los demás piensan de mí (tantas veces soy esclavo del juicio de los demás). Me define lo que soy. Y lo que soy me lo has dado Tú. Soy tu hijo y soy amado sin condiciones, sin ningún mérito de mi parte. Gracias, Señor.
Concédeme la gracia de saber que lo que más te atrae de mí no son mis talentos, no son mis capacidades, no son mis virtudes. Lo que más te atrae de mí es mi fragilidad, como una madre quiere más al hijo más débil porque comprende que necesita mayor cariño y atención. Me quieres no aunque sea débil sino precisamente porque soy débil.
Ayúdame a descubrir que no tengo que comprarte ni tengo que convencerte para que me quieras. Aquí, en tu presencia eucarística, siento que soy profundamente amado en mi pobreza. Ante ti no tengo que aparentar ni tengo que dar una imagen porque tú no me acusas, no me juzgas, no me etiquetas. Tú me quieres incondicionalmente. Podrán faltar muchas cosas en mi vida, hasta las que considero más necesarias, pero lo que nunca faltará jamás será el amor infinito que me tienes. Y ese debe ser el fundamento de mi alegría, de la alegría de todos los cristianos. Ahí está el verdadero descanso, la verdadera paz, el auténtico consuelo. Somos pobres, pero el Señor es rico.
Que nunca me escandalice de mi debilidad. Que nunca ponga como excusa mis pecados para no acercarme a Ti. Así podré cantar con el salmista: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. Concédeme ser un POBRE SIERVO, que nada espere de mí, que todo lo espere de Ti.
“En seguida, ven y ponte a la mesa”
por Miguel M.