Saltar al contenido
Seminario Conciliar de Madrid
  • ¿Quiénes somos?
    • El rector y los formadores
    • Los seminaristas
  • Día a día
    • ¡Ven a adorarle!
    • La revista
    • Nuestra Biblioteca
    • Cine-Sala Toribio
    • Café y Compañía
  • La Vocación
    • Grupo de discernimiento vocacional
    • Testimonios de seminaristas
      • El Fotomatón
    • Testimonios de sacerdotes
    • Preguntas y respuestas
  • Contacto
  • Ayúdanos
Búsqueda en el sitio

Oración 24 abril 2018

EVANGELIO

Del evangelio según san Juan (10,22-30):

SE celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

CANCIONES

 

MEDITACIONES

“No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”

por Borja L.

Señor Jesús, con estas palabras nos transmites una gran tranquilidad porque sabemos que los que en Ti creemos no pereceremos, sino que nuestra vida será eterna en el Cielo junto a Ti. ¡Qué grande eres Señor! Tu regalo hacia nosotros es mucho más grande que lo que nosotros te podemos ofrecer, pero Tú nos conoces bien, nos amas con pasión y por eso nos quieres regalar la vida eterna y solo nos pides que confiemos en Ti y que seamos fieles a Tu Palabra, a esa Palabra que es la Verdad del mundo y la Verdad de nuestro corazón.

Pero cuantas veces Jesús no te escuchamos, cuantas veces nos hacemos los sordos cuando nos hablas, cuando nos dices la verdad de nuestra vida, cuando nos llamas…; tenemos la cabeza tan llena de ruido, tan llenas de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones, de nuestros intereses…, que no hacemos caso a lo que Tú, como Buen Pastor, nos dices que es para nuestro bien, para nuestra salvación, que poco somos y cuantas veces hemos de pedirte perdón.

Sin embargo Señor no nos das por perdidos, nos instas a levantarnos cada vez que caemos tendiéndonos la mano o cargándonos en tus hombros cuando estamos sin fuerzas, porque tu Amor, Jesús, nos ha redimido. Tú, al morir y resucitar has quitado el pecado del mundo, Tú nos has abierto las puertas del Cielo para que nosotros podamos entrar y por eso, si somos fieles a Ti Tú te encargas de que nadie nos arrebate de tus santas manos.

Por eso, te pido esta noche Maestro que nos quites los ruidos innecesarios de nuestra cabeza, que abras nuestro corazón y nuestro entendimiento a tu Palabra Santa y que seamos fieles a Ti pues nuestra recompensa será grande, Tú nos lo has dicho.

Madre mía, Tu que escuchaste la Voz del Señor y fuiste siempre dócil, alcánzanos esta gracia de poder escuchar a Tu Hijo, para que podamos decirle que SI siempre, como Tú le dijiste; ayúdanos a que, a pesar de las dificultades que todos tenemos, seamos fieles a su Palabra y así podamos alcanzar la Vida Eterna.

Amén.


Del MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES 2018 

La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).


“No perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”

Benedicto XVI, Encíclia Spe Salvi, n° 27-28

Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia, nos explicó también qué significa “vida”: “Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación. Y la vida entera es relación con quien es la fuente de la vida. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida. Entonces “vivimos”.

Pero ahora surge la pregunta: de este modo, ¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación? ¿En la esperanza sólo para mí que además, precisamente por eso, no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás? No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros. Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser “para todos”, hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos.

 

Seminario de Madrid

Seminario de Madrid

¡Síguenos en redes sociales! →

facebook-logo   logo-youtube   logo-de-insta

Tema por Colorlib Funciona con WordPress