Lourdes es desde hace décadas un foco de peregrinación mundial al que acuden personas de todos los continentes deseosas de encontrarse con Dios a través de la mediación de la Virgen María. A lo largo del verano muchos seminaristas pasan unos días en este santuario mariano como voluntarios para acoger a los peregrinos en su propia lengua. Madrid no es una excepción. Muchos vivirán esta experiencia a lo largo de las próximas semanas. He podido disfrutarla desde el 29 de junio al 14 de julio, junto a dos seminaristas de Getafe, dos agustinos de Madrid y un seminarista de Valencia que conformábamos el “núcleo español” de la Casa “Marta y María”, donde se alojaban los seminaristas de todos los países. Había franceses, italianos, alemanes, ingleses o americanos.
A las 8:30 nos colocábamos a los pies de la Virgen Coronada, en plena explanada del santuario, con nuestro cartel de “Peregrinos por un día”. El plan con los peregrinos de habla hispana comenzaba a las 9:00 con un Via Crucis. A las 11:15 se celebraba la Misa en español en la capilla de San José (durante mi estancia estuvieron como responsables sacerdotes de Oviedo, Tarragona y Huesca). A las 14:30 se recorrían los “pasos de Bernardita”, una visita por los lugares más significativos de su vida (el molino de Boly, el calabozo o la parroquia donde fue bautizada), además de la explicación del museo donde se detallan las apariciones. A las 17:00 comenzaba la procesión del Santísimo, con los enfermos, desde la Pradera hasta la Basílica de San Pío X. A las 21:00 el acto más célebre e internacional: el Rosario y la procesión de las antorchas.
La actividad del “núcleo español” no se redujo a estos actos sino que la ampliamos con visitas a la Comunidad del Cenáculo, donde recibimos testimonios impactantes de conversión, o a las Monjas de Belén, con las que celebramos la Eucaristía y rezamos las Vísperas.
La experiencia fundamental ha sido la del encuentro con Dios a través de la Virgen María, algo enormemente favorecido por los ratos de soledad junto a la Gruta o en la capilla del Santísimo, el trato con tantos peregrinos de diversísimos lugares de la geografía española o la intensa fraternidad con los seminaristas de todos los países, con los que compartía vivienda, las diferentes comidas del día y el rezo de Laudes y Vísperas.