“Ya le habéis enseñado a desear… , pero aún ni se imagina lo que es ser deseado.
Enseñadle que Vos no sois el único que puede estar ausente. Ligadlo con el peso de ese otro ser bellísimo que sufre su ausencia y que lo llama en la distancia. ¡Haced de él un hombre herido porque una vez en esta vida vio el rostro de un ángel!
Colmad a ambos amantes de un deseo tal que comprometa, con la exclusión de su presencia en los azares cotidianos, la prístina integridad de sus seres y aun su misma esencia, tal como Dios las concibió en el origen en una relación inextinguible.”
Esta poderosa oración que hace un jesuita moribundo en el trance de su martirio por su querido hermano, única familia que deja, pidiendo a Dios por D Rodrigo, que se ha alejado del Creador tras abandonar el noviciado, constituye el pistoletazo de salida para una bellísima historia que se va hilvanando sobre la enigmática urdimbre de la petición del jesuita.
Siegfried Melchinger califica el texto de “la más poderosa teatralización de lo espiritual que conoce el teatro contemporáneo”. Esta monumental obra de Paul Claudel (genio cristiano del siglo pasado), El zapato de raso, significó el culmen de la creación poética y dramática de su autor, y ha llegado a ocupar un lugar propio en la historia del teatro del siglo XX. En ella están presentes desde lo burlesco hasta lo místico, desde lo trágico hasta lo poético, con influencias del teatro medieval y barroco, pero también de la tragedia clásica y el teatro japonés.
Situada en el Siglo de Oro español, a través de grandes adversidades, cambios de fortuna, acontecimientos increíbles, luchas de poder, viajes por los océanos y mil peripecias más, Claudel muestra el hilo sutil que concede unidad a una historia llena de aventuras: la adhesión de los personajes a un destino amoroso al que se ofrecen libremente.