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Memorias del subsuelo

 

“¿Qué es mejor; una felicidad vulgar o un sufrimiento elevado?”

     “La mejor obertura para el existencialismo jamás escrita” así califica Walter Kaufmann, filósofo estadounidense, la perturbadora obra que constituye Memorias del subsuelo. Aunque no coincido con la visión de que esta novela, si se puede clasificar como tal, pertenezca aun siquiera a los inicios del existencialismo sí que se hace evidente a lo largo de la obra que en ella, según las palabras de Bela Martinova (filóloga y traductora de la obra de Dostoievski), “se concentra más contenido filosófico que en ninguna otra obra del autor”. Y eso, cuando hablamos del autor de Crimen y castigo o Los Hermanos Karamazov, eso, es mucho decir.

        La obra se divide en dos partes diametralmente opuestas en lo que respecta a su forma. La primera de ellas está constituida por una especie de monologo interior del protagonista consigo mismo. Durante este soliloquio se nos va descubriendo la personalidad del antihéroe a través de la exposición de su concepción del mundo y la motivación de sus acciones. Toda esta parte viene aderezada con continuas referencias al lector imaginario al que el escritor de las Memorias cree siempre contrario a sus tesis y al que imagina jactándose en todo momento de su pusilanimidad y desvaríos. La actitud enfermiza del discurso se consigue plasmar a la perfección gracias a las cortas y contundentes sentencias que dotan al texto de un ritmo entrecortado, un ritmo que se alterna con largas reflexiones del escritor para las que utiliza prolongadas oraciones. Esta ácida disquisición del personaje acerca de su psique, que por excesivamente ácida parece restringida únicamente al mundo de las divagaciones, es puesta en práctica con gran acierto en la segunda parte. Aquí, el mismo hombre que en su senectud llevaba ya años recluido en el subsuelo, se nos muestra como un joven que por su excesivo egoísmo comete un acto que marcará su personalidad para años venideros, años en los que escribirá la primera parte de esta narración.

      El Hombre del Subsuelo, única denominación posible para un protagonista del que en ningún momento conocemos su nombre, vive en medio de una dejadez vital y oprimido por un tedio tal que es inmediata la comparación con una de las cumbres del existencialismo: Meursault. Como el protagonista de El extranjero de Camus, nuestro antihéroe permanece un extraño en su propio ambiente, incapaz de participación alguna dentro del colectivo. Así mismo, el hastío que desprenden el conjunto de estas páginas lo asemeja a la corriente de pensamiento desarrollada en el periodo de entreguerras, en la que el ser humano se encuentra frente a un mundo absurdo e incomprensible.

        Pero no. El Hombre del Subsuelo, no es existencialista. Mientras que Meursault, y por ende todo personaje existencialista, se encuentra invariablemente varado en un mundo irracional, un mundo que es irracional en esencia, no pasa así con nuestro antihéroe. Él es el que genera la irracionalidad de su mundo, y es consciente de que este no es así, pero aun conociendo esto se mantiene firme en su error. Permítanme explicarme. El Hombre del Subsuelo no deja, a largo de la primera parte, de creer que el lector se estará constantemente riendo de sus divagaciones y por esto no ceja en recordarnos a lo largo de su monologo lo chocante de su postura. Tiene conciencia de que su situación es la de una enfermedad, por algo comienza el libro con: “Soy un enfermo”. Y a lo largo de la novela propiamente hablando, la segunda parte, hay numerosas ocasiones en las que el protagonista puede actuar rectamente, pero en todo momento rechaza esta posibilidad. Este rechazo se da porque, como explica en la primera parte, él prefiere las obras donde pueda experimentar más vivamente su voluntad, su yo. Por esto nos expone que muchas veces cuando era aconsejado con respecto a alguna acción hacía todo lo contrario a lo que le habían sugerido a pesar de la conciencia que tenía de obrar mal, y lo hacía porque obtenía la enfermiza satisfacción de experimentar su poder de decisión, su ego, su yo.

     La motivación vital del Hombre del subsuelo es pues la experiencia de su ego, una experiencia que conlleva una visión egocéntrica del mundo. Y al chocar esta visión con la realidad se genera un tormento para nuestro Hombre  comparable con las penas del existencialismo. Así Dostoievsky nos revela los entresijos que se esconden detrás del fenómeno del existencialismo y lo acaba reduciendo a un exceso de, como lo llamaría Thomas Buddenbrook, auto-observación por parte del ser humano. Parece querer decirnos que allí donde el ser humano busca encontrarse con mayor afán y experimentarse más profundamente a través del control absoluto de sus actos, allí es donde se pierde. No existiendo por aquel entonces la corriente del existencialismo no podemos hablar de una refutación a esta, pero si podemos ver, al igual que con Crimen y Castigo y su ataque a las futuras posturas nietzschianas, como el genio ruso se adelanta al discurrir de la historia para señalarla los obstáculos con los que podría tropezar.

     Concluyendo hay que señalar que si bien el libro es altamente recomendable para cualquier lector que haya pasado por el desierto del existencialismo, no lo es así para el resto. Aunque es verdad que cada uno llevamos dentro a nuestro propio Hombre del Subsuelo (será por esto por lo que Dostoievsky no quiera individualizarlo dotándolo de nombre) y en consecuencia es un ejemplo instructivo del extremo al que se puede llegar alimentando a ciertas partes de nuestra personalidad. Tenemos pues en este libro no la mejor obertura, sino la mejor coda* para el existencialismo jamás escrita.

 

* coda= “Es una sección musical al final de un movimiento”.

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