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Meditaciones 03 octubre

 

“Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.”

por Guillermo C.
Con tu licencia, Soberano Señor Sacramentado.
Quizá no haya mejor manera de enfocar este nuevo curso que desde la Eucaristía. Y te damos las gracias, Señor, porque has querido contar con nosotros…otra vez. Gracias porque te empeñas en amarnos hasta el extremo, en formar parte de nuestras vidas. Otro año más quieres acompañarnos y desgastarte por nuestra salvación.
En el Evangelio de hoy nos recuerdas lo que somos: pecadores y cobardes. En muchas ocasiones, como aquel día los samaritanos, no hemos querido recibirte. Estos contemporáneos tuyos, a los que tanto querías, no te acogieron cuando te ponías rumbo hacia la redención. Esta vez, el Buen Samaritano es a quien dejan abandonado, como a un desecho. Los samaritanos, como nosotros, no desconocen tus maravillas y tu bondad. Son conscientes de que quien se encuentra contigo, vuelve cambiado. Pero, inexplicablemente, te rechazan. Y, quizá, no lo hicieron porque fueras judío, sino porque amabas también a los judíos. Les parecía, como a nosotros hoy, que pudieses amar a alguien despreciable. Pensaron que tu amor podía encerrarse en una frontera.

También hoy también ponemos fronteras a tu misericordia. Fronteras que parece que fortifican un corazón, pero lo que consiguen es empequeñecerlo e impedir su crecimiento sobrenatural. Murallas que separan nuestra zona de control y nuestra zona de miedo. La zona de la seguridad y la zona del riesgo. La parcela de la certeza y la parcela de la incógnita. Qué facil es dejar que nos admiren y respeten por nuestra fortificación. Pero no nos engañemos, el pecado se encuentra en el interior del muro, no fuera. Que seamos valientes para huir del pecado.
Fronteras en casa, el seminario, de amistad, fronteras en la universidad, fronteras en nuestros proyectos, fronteras intelectuales y nacionales…
Señor mío, hoy me llamas a ser valiente. Este curso tiene que ser el curso del valor. Que jamás tenga miedo a acompañarte a donde quiera que me lleves, que no tiemble para entregarte mi corazón y mi criterio.
Hoy te pedimos Señor por el Santo Padre, sígue cuidándole mucho. También por nuestra patria España. Sabes de sobra lo que es una nación fracturada por la pereza, la ignorancia, la frivolidad y la discordia. Que haya paz, mucha paz. Concédenos la convivencia y la confianza para saber depender de los demás.
Te pedimos también por la conversión de todos los pecadores. Todos, el del interior del muro y los de fuera. Solo la conversión de los pecadores logra ser tu consuelo.
Corazón dulcísimo de María, prepáranos um camino seguro.

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