MARTES 04 ABRIL 2017
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?». Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO
EVANGELIO
MEDITACIÓN 1
MEDITACIÓN 2
CANTO DE RESERVA
CANTO A LA VIRGEN MARÍA

por Daniel B.
Señor, aquí me tienes, una noche más, frente a ti. Quiero darte gracias por el regalo que me haces, por esta hora de intimidad contigo, por este momento en que en ti descanso de todos los ruidos que me cercan a lo largo del día.
Es verdad, Señor, que a lo largo de la rutina del día muchas veces olvido que tú estás siempre conmigo, y muchas veces a mi alrededor veo que sucede algo similar. Últimamente, cuando salgo a la calle, me fijo en las personas con las que me cruzo. Son muchas, aquí en el centro de Madrid. Parecería imposible pensar que en una ciudad con varios millones de habitantes pueda existir la soledad, pues siempre podemos encontrarnos con gente en cualquier lugar al que vayamos. Pero, cuando observo con más detenimiento, a veces me da la impresión de estar contemplando un “conjunto de soledades”. Muchas de las personas que pasan a mi lado van mirando su móvil, escuchando música en sus cascos, casi sin darse cuenta de lo que sucede a su alrededor, estando dentro de su propia fortaleza interior. Y así tantas veces me descubro yo también a mí mismo, poniendo muros frente a mí, como si quisiera protegerme de algún mal que viniese de fuera de mí y para ello me encerrara en mi interior. Y no me doy cuenta de que, al poner ese muro, no solo me separo de los demás, sino que me separo también de ti.
Sin embargo, tus palabras en el Evangelio hoy me recuerdan lo equivocado de esta conducta. No nos has creado para la soledad. Tú, Dios, nos has creado a tu imagen y semejanza. Y no eres un Dios solo, sino que eres un Dios trino, comunión de personas. Por eso hoy tu palabra nos dice que el Padre que te envió está contigo y no te ha dejado nunca solo. Y es que, Señor Jesús, tú de ninguna manera puedes estar solo, sino que el Padre siempre está contigo. De la misma manera que el Padre te envió, Tú hoy nos envías a cada uno de nosotros, asegurándonos tu compañía y presencia siempre junto a nosotros. Pues “como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles” (Sal 102, 13). La imagen de este salmo, de un Dios que es ternura, que siente ternura por mí, me hace caer en la cuenta de lo cerca que estás de mí. De la misma manera cuando dices por boca del profeta “¿puede una madre olvidar al que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Is 49, 15). Señor, no puedes dejarme solo, tu amor a tu criatura es tan grande que quieres estar siempre junto a ella. Pero soy yo quien puedo equivocarme y alejarme de ti, porque siempre respetas mi libertad. Así lo muestras en la parábola del hijo pródigo.
Señor, tus entrañas son de amor hacia cada uno de nosotros. Por eso, mi respuesta no puede ser otra que buscar y hacer siempre lo que te agrada. Concédeme poder siempre conocer tu voluntad, para poder cumplirla. Déjame convertirme en tus manos para ofrecer pan al que lo necesita, en tus pies para acercarme al que se aleja de ti, en tu boca para proclamar tu palabra… Quiero ser un instrumento que te sirva, Señor, para poder anunciar a los hombres que no les has dejado solos, que sales siempre a nuestro encuentro esperando que nos volvamos a ti.