EVANGELIO
Del evangelio según san Lucas (10,21-24):
En aquella hora Jesús se lleno de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
CANCIONES
MEDITACIONES
“¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!”
Miguel M.
En el siglo VI a.C, dijo Jeremías: Ya llegan días -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. Aquel día, profetizaba Isaías, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos. ¿Cómo es esto posible? Un muchacho pequeño será su pastor.
A veces, Señor, escucho estas palabras tuyas en este tiempo de Adviento y me parece que no van dirigidas a mí. Sí, son muy bonitas pero no tienen que ver conmigo. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Me estás hablando, y yo miro para otro lado…
Desde Abrahán, la humanidad entera está esperando tu venida, la novedad radical que esto supone, que nadie podía imaginar: Dios hecho hombre. Ante este gran misterio que nos preparamos a celebrar, te pido esta noche Jesús que me abras los ojos, como se los abriste al ciego, para contemplar cuánto amor nos tienes… cuánto amor me tienes.
Contempla, dice san Bernardo, la primera venida, deleitado por tanta consolación. El eterno, el Creador del cielo y de la tierra, no se hace indiferente: ama a su criatura. ¡Qué gran misterio! Te haces hombre, te haces pobre, para hacernos ricos, para hacernos semejantes a Dios, para llevarnos a vivir la comunión de Dios. Se ha cumplido la promesa de antiguo: el Señor habita en medio de nosotros. Ha nacido de una Doncella Inmaculada y ha vencido la muerte, a la que nos había llevado el pecado, abriéndonos las puertas del Paraíso.
Es cierto, viniste hace dos mil años. Pero también es cierto que a nosotros, peregrinos hoy, cuatro de noviembre del 2018, que caminamos por esta vida terrena a la patria celestial, no nos dejas solos. Has venido a la Tierra para quedarte con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Será entonces cuando vengas y nos lleves contigo, cuando lleves todo a la plenitud. Porque ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. No podemos imaginar del todo la felicidad a la que nos llamas.
Y mientras viene este día, esperamos vigilantes. Adorándote a ti, realmente presente en el misterio de la Eucaristía y viviendo contigo cada acontecimiento de nuestra vida, Emmanuel, Dios con nosotros. Contigo y con María, Nuestra Madre Inmaculada, la que supo esperar, la que confió en las promesas de Dios, la que, en su pequeñez dijo sí, se fio.
A veces, Señor, escucho estas palabras tuyas en este tiempo de Adviento y me parece que no van dirigidas a mí. Sí, son muy bonitas pero no tienen que ver conmigo. ¿Cómo puedo ser tan tonto? Me estás hablando, y yo miro para otro lado…
Desde Abrahán, la humanidad entera está esperando tu venida, la novedad radical que esto supone, que nadie podía imaginar: Dios hecho hombre. Ante este gran misterio que nos preparamos a celebrar, te pido esta noche Jesús que me abras los ojos, como se los abriste al ciego, para contemplar cuánto amor nos tienes… cuánto amor me tienes.
Contempla, dice san Bernardo, la primera venida, deleitado por tanta consolación. El eterno, el Creador del cielo y de la tierra, no se hace indiferente: ama a su criatura. ¡Qué gran misterio! Te haces hombre, te haces pobre, para hacernos ricos, para hacernos semejantes a Dios, para llevarnos a vivir la comunión de Dios. Se ha cumplido la promesa de antiguo: el Señor habita en medio de nosotros. Ha nacido de una Doncella Inmaculada y ha vencido la muerte, a la que nos había llevado el pecado, abriéndonos las puertas del Paraíso.
Es cierto, viniste hace dos mil años. Pero también es cierto que a nosotros, peregrinos hoy, cuatro de noviembre del 2018, que caminamos por esta vida terrena a la patria celestial, no nos dejas solos. Has venido a la Tierra para quedarte con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Será entonces cuando vengas y nos lleves contigo, cuando lleves todo a la plenitud. Porque ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. No podemos imaginar del todo la felicidad a la que nos llamas.
Y mientras viene este día, esperamos vigilantes. Adorándote a ti, realmente presente en el misterio de la Eucaristía y viviendo contigo cada acontecimiento de nuestra vida, Emmanuel, Dios con nosotros. Contigo y con María, Nuestra Madre Inmaculada, la que supo esperar, la que confió en las promesas de Dios, la que, en su pequeñez dijo sí, se fio.